lunes, 30 de noviembre de 2009

Sentencia

A cierta distancia de mis piernas
descansan mis pies,
solitarios, ajenos y fríos en sus fosas,
que, delante del espejo velado
donde saco la lengua,
me anudan la corbata,
me engañan cotidianamente para ir a la oficina.

Me dan dos duras hogazas para alimentar el hambre,
para golpear el sueño de madera de bosques sumergidos,
sueños de oscuro aceite masticado,
de derrumbes de dientes,
sueños que se arrastran por el lecho del silencio,
sueños excavados por mis manos
en las lágrimas quietas y sin fondo,
sueños que navegan por la comisura del olvido,
sueños que no dicen nada,
por muy despierto,
por muy atento que permanezcas.

Los versos que escribo dormido
los borro despierto.

Estoy duro para soñar el pan,
viejo para comer la levadura de las pesadillas.
No hay sueños sensatos que no quemen los ojos
ni acaricien el vientre de tu pelo.
Lo poco que sé, lo olvidé en tu piel.

Tu me diste una vez diez besos para vivir,
diez talentos de amor como diez latigazos lentos,
que abrieron en mi espalda bocas llorosas,
ojos hambrientos, llagas.

Dueño de un fracaso imbatible,
invítame a morir ahora,
gravemente sano,
inmejorablemente enfermo.
Mi corazón se acaracola en mi pecho
contra el viento inhumano
que trae jirones de entrañas
levantadas de los tendales
en los cadalsos del alma.

Mis vasos capilares arraigan en las fuentes de la memoria
que saben a óxido y destilan
el rencor gota a gota, como la senda del pantano,
contra el amor sucedáneo
contra la mano que se tiende.

Contaba contigo para que me olvidaras
toda la vida,
para que te arrepintieras de haberme querido
para siempre.
Contaba contigo para que ejecutaras tu sentencia
y no me mintieras sobre la muerte.