domingo, 31 de octubre de 2010

Jacob se muda

     Con toda la extensión de su brazo, lanzó el paquete arrugado y vacío al rescoldo de la chimenea desde el otro extremo del salón. Éste resultaba demasiado espacioso y desangelado para su gusto y sus necesidades de hombre solo. Bombillas de filamento, marcadas por el polvo y por gotas de pintura, pendían de paredes y techo, por lo demás desnudos. A excepción de un sillón de orejas granate, única herencia del anterior propietario, que rezumaba estopa amarilla, y de un conjunto de comedor, mesa y cuatro sillas, tan lacados y nuevos que se apretujaban en su flamante timidez un poco alejados, el único dueño y señor, la única abrumadora presencia en aquel salón con galería superior y bóveda de cañón, era el retumbar del eco. La paredes blancas, con el olor característico de lo recién encalado, usurpaban el pretendido calor de hogar del gres rojo del pavimento. No le había quedado más remedio, por el momento, que dejar su amado equipo de música sobre las losetas irregulares del suelo. La restauración de la cuadra del sepulturero parecía sugerirle que todo estaba en un orden demasiado perfecto para recibirlo, con la frialdad de una bienvenida exageradamente formal, sonrisas forzadas que anunciaran una subrepticia hostilidad. Se acomodó nuevamente en el sillón junto al cerco de madera barnizada de la ventana, e imaginó a un labriego de piel oscura y agrietada, que, ataviado con un frac, esperara ansioso que cayera la noche para desabotonarse el rígido botón del cuello almidonado.


     El paquete se quedó a medio camino. Ni siquiera rozó el frente. Iba a dejar de fumar pero ya, definitivamente. Era la tercera vez que se lo decía hoy, y la tercera es la verdadera. Un domingo a esas horas ya no encontraría tabaco excepto en el bar del pueblo. Aquella taberna no disponía de su marca y la que ofrecía era a precio de traficante y pegaba al paladar un sabor acerado próximo a la arcada. No le gustaba el tabernero ni su mugrienta barra ni toda su pringosa clientela, vamos que no pensaba bajar y decir hola y someterse al escrutinio riguroso de su misantropía. Ni se decidía tampoco a tomar el coche y salir del pueblo, paralizado, sin saberlo, por la falta de costumbre de sentirse observado de forma taimada.


     Cuando aplastó la colilla en la tierra cuarteada de la maceta del tallo reseco, que había arrastrado desde el exterior para que le sirviera de cenicero, empezó a considerar la posibilidad de que el paquete, impulsivamente aplastado por su mano, apresuradamente arrastrada por fugaces frustraciones, pudiera contener un cigarrillo más. Se lo podía imaginar tontamente echado a perder, víctima de su irreflexión, y, sin embargo, con un poquito de suerte, todavía recuperable. En su cabeza se desencadenaba la sirena de la nicotina, y un equipo de urgencia se disponía a partir. Antes eligió una música que lo tranquilizara. Kamakiriad (*). Donald Fagen. Perfectamente deslabazado y pasado de moda. Cuando salió el disco, diez o quince años atrás, ya lo estaba. Aquel fondo de saxofón, que llevaba el ritmo a escupitajos, era probablemente lo único con auténtica textura allí.




     De todas formas, se convencía, debería recoger el paquete del suelo y echarlo al fuego como rito expiatorio que expresara su determinación de represar los pensamientos que le trotaban por la mente a punto de galope. Sin saber cómo, se encontró arrodillado junto a la inerte bola de cartón y plástico y sus manos se afanaron en abrir, con la delicadeza con la que se abrirían los pétalos a una flor o los dedos de un bebé, la arrugada superficie del paquete.


     !Joder! !Vacío! La imaginación le jugaba malas pasadas y tendría que bajar a la taberna a exhibirse frente a la parroquia. La primera vez que transpuso su umbral, la tarde anterior, y avanzó entre la disimulada curiosidad de la asistencia, recibió su primer revés. Pidió, después de un café, tabaco, y no disponían de su marca. Allí nadie fumaba de eso, añadió Fermu, al otro lado de la barra. En el local se podía mascar el silencio como el tabaco. Las comisuras arrugadas de los lugareños, que no sus ojos, fijos en el mármol irisado de los veladores, daban indicio, con su mínimo y sincronizado alzamiento, de una sorna colectiva que amalgamaba el grupo y que le había etiquetado, de entrada, como un extraño.


     Por supuesto, no quiso dar la impresión de haberse dado cuenta, y se presentó. Había comprado y reformado la casa junto al cementerio y había decidido pasar aquí, en Huerta de los Monjes, una temporada, añadió con una sonrisa que no supo ser franca.


-Antes se huía del pueblo por necesidad, y ahora tocaba salir escopetado de las grandes ciudades a saber por qué- Sentenció Fermu, que además de posadero parecía tener mimbres de filósofo. A Jacob le pareció que la grosería sobrevoló las mesas con la liviandad con que se habla del tiempo o de la cosecha, pero que de igual modo echaba por tierra su supuesta superioridad urbanita, la desenvoltura de sus movimientos y hasta la hechura de su terno.


     Pero la cosa no quedó así, y mientras el posadero se ponía de puntillas para alcanzarle el paquete, y lo plantaba encima de la barra como el que canta las diez de monte, le anunció el precio. Un precio escandaloso, de estafa, de turista. Aceptarlo rozaba lo humillante. La sorpresa lo dejó mudo mientras echaba la mano al bolsillo. Y entonces Fermu aprovechó para rematar.


-Cuando se empieza a huir, acaba uno rebotando como la bola de un pinball.-Y señaló la máquina desvencijada al fondo del local con el pulgar. No dejando muy claro si se refería a la circulación natural de la población o directamente al recién llegado.


-Sólo que eso a usted no le importa- contestó, subrayando las tes, pero con apenas un hilo de voz, sin conseguir contrarrestar el aplastante y certero diagnóstico de aquel hombre rechoncho. Salió del bar teatralmente enhiesto, levantando el antebrazo en un gesto a medias de despedida y de desprecio. Su sombra, proyectada por la luz de la tarde, le siguió demorada, arrastrándose entre cáscaras y servilletas arrugadas.


     Estaba acostumbrado al aborrecimiento franco y sin ambages que le infligía su mujer, o ex mujer ya, o no. O la cosa que fuere en el trámite de mandarse mutuamente, y de las peores formas, a freír espárragos. Quizá no esperara una bienvenida, pero esa rústica sutileza lo desarmó.


     Con este recuerdo en mente, periódico en mano, aplastó una mosca que rebotaba contra el cristal de la ventana al ritmo de los regulares golpes de saxofón del disco. Un momento después cayó en la cuenta de que una mosca en un cristal o una bola de acero en un pinball podía rebotar, mecida por el ritmo, pero acabaría sin remedio, era cuestión de tiempo, succionada por el sumidero debido a la inclinación de la plataforma del aparato. La tenacidad de la mosca se resolvía en agitación, su energía en un simulacro, no había verdadero movimiento, traslado, cambio.


     Se sentía prisionero de un oscuro temor que se negaba a llamar cobardía y si afrontaba los peligros del juicio ajeno, dando una impresión inestable de coraje ante sí mismo, lo hacía empujado por su propia debilidad. Llámese tabaco. Cualquier clase de tabaco.


     No había desembalado todavía las maletas. Un poco por pereza, y un poco por la sorda negativa a seguir cualquier conducta que su in, ex o cosa, pudiera considerar adecuada. Ataviado con aquel terno, demasiado formal, en que se había empeñado en presentarse, tendría que volver a aparecer ante sus nuevos vecinos.


     Después de los aguaceros de media tarde, se había enfangado el camino hasta la única calle asfaltada e iluminada por los pocos faroles, precaria defensa contra la oscuridad, de aquella pequeña población. Acercar su coche de ciudad hasta la puerta del bar y arriesgarse a quedar atravesado o, mucho peor, arrumbado a la vereda, le podía dejar en la situación desairada de dejar al descubierto su torpeza y de verse obligado a pedir ayuda a los que gustosamente se la prestarían sin dejar pasar la ocasión de la chanza.


     Aquel goteo de circunstancias y prevenciones se estaba volviendo endemoniadamente contra él, pensó al verse a sí mismo saliendo de casa enfundado en su terno de gala, muerto de frío, amenazado de lluvia y teniendo que afrontar aquella densa oscuridad sin luna, con un cielo cerrado por las nubes, y por aquel sendero donde ya resultaba complicado mantenerse en pie, como para esquivar las irregularidades y charcos de una pendiente convertida en un lodazal. Con todo, el vaho de su respiración, y el dolor del aire en sus pulmones, le insuflaban el ánimo suficiente para el cumplimiento de una promesa, que le empezaba a parecer, por lo inasequible, una profecía.


     Cuando, por fin, recaló en el recinto iluminado, el barro le cubría completamente el calzado y le llegaba a la altura de las rodillas, distribuyéndose en salpicaduras hasta casi medio cuerpo y mangas. Pocos le hicieron caso, arracimados y más atentos al televisor, que había sido aupado al altar mayor de aquella parroquia, y que desde su atalaya emitía, a media voz, los detalles de una nueva y apasionante jornada liguera. Fermu, acodado sobre la bisagra de la barra, junto al aparato, parecía no haberse dado cuenta de su llegada.


- !Buenas noches, hombres de las tabernas!- se anunció con una gran sonrisa en la cara.
-!Buenas!- respondió Fermu, desprevenido.
Un hombre sentado de espaldas se dio la vuelta y apuntandole pareció querer decir algo, justo en el momento en que Fermu le hizo un gesto con la palma de la mano para que le dejara hablar a él.
-Esta tarde ha venido una mujer buscándolo- El coro asentía y enseñaba los dientes- Por cómo hablaba de usted, no nos pareció lo más adecuado darle su dirección. Se fue a Llaneras, donde dan camas, para pasar la noche.- Entonces aparecieron las encías más allá de las caries.
-Pero hombre de Dios,¿cómo viene usted así? Siéntese y tome algo caliente por favor- Dijo el Plauto, alto y enjtuo, al verle envarado y mudo por la sorpresa, acercándole una silla.- !Fermu, un autoarranque!.


     Jacob se dejó sentar como un niño el primer día de escuela. Y le plantaron delante un vaso de caña hasta el borde, de algo que parecía, olía y no era otra cosa que aguardiente blanco. Se dejó quemar las entrañas y sólo pidió a cambio un cigarrillo para acabar de carbonizar sus vías respiratorias. Sus tuberías abrasadas armonizaban admirablemente con sus pensamientos.


     Todos respetaron su silencio y siguieron a lo suyo, que era nada. Jacob no volvió en sí hasta más que mediado el vaso turbio que contenía aquel líquido cristalino, y lo hizo poco a poco. Al principio le llegó la monótona descripción de las hazañas hiperbólicas de los futbolistas narradas con entusiasmo profesional. Más adelante le pareció que aquellos lugareños soñaban, vivían arremolinados alrededor del tenue calor del heroísmo macho que desprendía el relato del televisor, como si viniera de un lugar muy lejano, de un pasado muy distante. Por último, cayó en la cuenta de que aquél era un refugio contra el frío, contra la noche, contra el barro, contra el tiempo. Un refugio sin mujeres, una cobardía sarnosa, zafia y grosera. Y descubrió que aquel era su sitio. El sitio donde decidir no afrontar a su in, ex o cosa, el lugar en que despertar por fin de la pesadilla de su matrimonio. Pidió un paquete. A Fermu, casualmente, le acababa de llegar su marca preferida.


     Cuando, acabada la velada, lo acompañaron a casa, toda aquella procesión de borrachos, que resbalaban, caían y se alzaban de nuevo entre risas bravuconas, pendiente arriba, se consideraban ya poco menos que la comunidad del anillo. Entraron y encontraron admirable la ausencia de decoración y palmearon rudamente en la espalda a su dueño. Lo subieron por la escalera con los brazos colgando, y lo acostaron en la cama completamente bebido y con el estómago vuelto del revés, aunque aún tuvo la suficiente lucidez para apreciar, en el brillo de sus ojos, que ya lo consideraban uno de los suyos. Empezó a soñar que era Blancanieves y que sus nuevos amigos despeñaban a la bruja por un acantilado.


     Los siete enanitos contemplaron con la gran satisfacción propia de una venganza que les estaba vedada, y durante largo rato todavía, a Jacob con el resplandor del olvido pintado en la cara como si fuera una suerte de felicidad y envuelto con el traje apelmazado de barro entre las sábanas inmaculadas.




(*)Kamakiri es mantis religiosa en japonés y el nombre de un coche de alta tecnología en el disco.

sábado, 9 de octubre de 2010

Súper Mario Vargas Galaxy


Egos ajenos y negocios

     Alguien tendría que llevar, cuaderno en mano, a los pies de bodegas y destilerías, el cálculo fiel de las cajas de botellas de cava, y de las de whisky de malta, consumidas estos días atrás, después de la concesión de un premio Nobel como el de Vargas Llosa. Sería un dato curioso y revelador. Lo digo porque me imagino a los editores y agentes que tengan que ver con el autor, con otros autores peruanos o hispanohablantes en general, descorchando a borbotones el cava de las futuras y millonarias ventas navideñas. !Se acabó la crisis por un rato!

     Aludo también al cómputo del whisky de malta porque es el antidepresivo científicamente comprobado más eficaz en el plazo de las dos horas que dura la ingesta de la botella, y además permite revolcarse entre los harapos de la autocompasión sin perder del todo la euforia, la lucidez y cierto resplandor de dignidad. !Ah!, y cierra siempre su maravilloso efecto sumiendo al sujeto en una inconsciencia babeante, que como dice el chiste, produce pérdidas de memoria a corto plazo, y otras cosas que no me acuerdo.

     Me imagino de este modo a poetas y escritores puestos en el disparadero del Nobel, y a otros muchos que no lo están, haciendo las cuentas de que hasta dentro de otros 20 años no toca, y puede que ya no sobrevivan, mientras ven desfilar delante de ellos a poetas simbolistas de Papúa Nueva Guinea, y al gran novelista que hizo la semblanza de la abigarrada diversidad humana de los suburbios de Ulan Bator. Al menos los anglosajones cuentan de cinco en cinco y los franceses de diez en diez. Y, por si fuera poco, esa mañana les toca escribir para el diario de turno la semblanza heroica del homenajeado. !Con resaca! !Cómo duele estar a favor o en contra!. A favor, por supuesto, que ahora es el momento de enfundar la navajas, y no pienso con claridad.

El Ego que no cesa.

El Ego de Mario

     Lo poco que sé de la vida de Vargas Llosa (mi interés está limitado a su obra) se me asemeja a una continuación de la historia de Pinocho pero para llevarle la contra, para desandar Pinocho.
     Lo explico. Pinocho/Vargas, niño de carne y hueso, va creciendo en su Perú, hasta que levanta en vilo al tiránico Gepetto, cuyo yugo no podía sufrir, y lo arroja al Océano Pacífico en el preciso instante en que pasaba por allí Moby Dick, para solicitar de inmediato al hada de los sueños que le vuelva a convertir en un juguete, en una marioneta de guiñol. El hilo de su vida, ideada como venganza contra su padre y el empecinamiento marioano en vivir del cuento, de la imaginación, la eleva a vocación proustiana. En realidad me resultan menos sospechosos los autores que escriben movidos por un bocadillo que por una interna vocación inspirada por una supuesta divinidad literaria. El hambre también puede ser una vocación honesta, pero nunca una cortina de humo. Prosigamos: después de una vida llena de altibajos, vicisitudes y esfuerzos dedicados a la edificación de un engaño y una mentira llamada literatura, parece que la revancha se consuma, pero la victoria no es total. Y, cuando todo parecía perdido y el olvido ganaba posiciones, ha venido el Hada Azul (y amarilla) de Suecia y con su varita mágica ha convertido a Mario Vargas Llosa en un ser de ficción, en un Pinocho inverso, en prócer de madera. Le han dado el marchamo de leyenda al personaje que Mario iba perfilando y paseando por el mundo, sacando pecho con entorchados de ceremonia desde hace varios años. En las metamorfosis literarias algunos se convierten en monstruosos insectos (Gregorio Samsa de Kafka), y otros en hombres eminentes un poco acartonados.
Hada sueca
     Veinte años desde Octavio Paz. Pero 20 años no es nada. El Nobel le ha convertido en un ser situado a 20 años luz del resto de los mortales, y surca el empíreo firmamento de los hombres ilustres y gloriosos. Hace poco, unos empollones de la NASA han descubierto un planeta con ciertas características que lo convertían en susceptible de albergar vida a también a 20 años luz. ¿Casualidad? Nada de eso. Los de la academia Sueca, que les llevan siglos de adelanto a los de la NASA, acaban de enviarla (los suecos son los alien invasores: ABBA, IKEA, Larsson, Ericcson, el Nobel...). Ya han teletransportado allí a Mario Vargas Llosa, primer habitante del lejano planeta. Carlos Gardel , visionario de la astronáutica, por delante de Von Braum y mejor vestido, nos adelantó que 20 años no es nada, aunque sean de años luz. Tendríamos que bautizarlo como el planeta Mario Vargas ( hay que poner el apellido para no confundir con Mario Bros. el del Mario Galaxy).

Y el Nobel es puritita propaganda, bombo y platillo.




     Me ha sorprendido enormemente que se lo concedieran, pero no tanto porque pensara que no se lo mereciera (que no lo pienso), ni porque no se esperara en las quinielas, sino porque, como no sigo la comidilla mediática de los premios, pensaba sinceramente que ya se lo habían otorgado. Me gustaban tanto sus libros y paseaba la faja cruzada con tal donaire, que pensé que esa apostura, ese palmito, no le sale a uno únicamente de ensayarlo delante del espejo, que hay que estar curtido en recibir los más elevados homenajes con la más humilde dignidad.


      Posiblemente él también llegó a pensar, por la misma razón, que la concesión era una broma, mientras se palpaba el pecho en busca de la medalla auténtica. Una sugestión alucinatoria autoinducida, un sueño hecho realidad.

     Algo parecido me ocurrió cuando me dijeron que Octavio Paz había muerto. ¡Ah¡ ¿Pero estaba vivo? Como no leo esquelas ni sigo los rankings, la barrera de la vida, de la muerte y de los premios se me hace muy difusa. Quizá sea interesante estudiar la relación entre los premios excelsos y la muerte. La inquietante alegría de los premiados que saben que después del Nobel sólo les espera la esquela. De hecho es ya como una brillante esquela dorada, donde el muerto escucha los discursos de los demás, que no se atreven a expresar nada desagradable del finado/agasajado, pues su muerte en vida es tan sagrada como la otra. Al parecer, hoy también sabemos embalsamar momias. Pero eso, otro día.

Pausa fuera del tema, y para distraer, Paul McCartney, como Camilo Sexto, ¿han acudido al cirujano o al taxidermista?¿Son muertos vivientes o como Michael Jackson, muertos murientes? ¿Ebony & ivory somos y en ebony & ivory nos convertiremos?

       No conozco a Vagas Llosa personalmente, ni tengo mucho interés (no soy fetichista) pero creo no equivocarme si supongo que el Premio Nobel, que tan merecido tiene, le va a servir para lo mismo que le sirven sus libros a Sofía Mazagatos, para calzar la mesita de luz de su ego herido por veinte años de indiferencia, o quizá para decorar con sus Obras Maestras Completas en guraflex, la boiserie de raíz de caoba del salón. O puede que tenga que añadir la medalla de la corona sueca en el pecho de su retrato al óleo que tiene presidiendo el salón. Pero me da igual. No tengo que soportarle.

      Vargas Llosa nunca me ha producido el impacto deslumbrante o la sensación de encontrarme ante un descubrimiento sorprendente, como Borges, Cortázar, García Márquez, Rulfo, o Carpentier. Pero pocos libros me han hecho reír tanto como Pantaleón y las visitadoras, indignarme como con Los Jefes, Los Cachorros, La ciudad y los perros. Me quito el sombrero con Conversaciones en la Catedral. La Guerra del fin del mundo, prácticamente desconocida, la considero una obra maestra merecedora ella sola del Nobel. La tía Julia y el escribidor me sentó bien, aunque a ella no. La fiesta del Chivo se me hizo larga. Y visité pasiones con Flora y Gaugin por Francia y por las islas de la Polinesia en su libro El paraíso en la otra esquina, y compartí su visión radical del arte como búsqueda, desacuerdo y hasta ruptura con la realidad.

Considero que es un escritor tan grandioso (como pedante), que aunque esté sobreactuado, se le puede perdonar. Sus libros, a ratos me apasionan, a ratos se me caen de las manos de mundanos, y falsamente pervertidos (Don Rigoberto, la niña mala, la madrastra…). No me gusta todo por igual y me pierdo en los ensayos.

El político 

     Lo que me interesan de verdad son sus libros. No estoy de acuerdo con él en cuestiones políticas, fundamentalmente porque, como todos los liberales, eluden la cuestión, para mí fundamental, de que los problemas económicos (y de ahí en adelante casi todos), tienen más su origen en el desigual reparto de la riqueza, que en la creación de la misma. Para mí es una cuestión de injusticia, para ellos una cuestión técnica, de desarrollo, de aprendizaje. Para mí hay clases sociales, amos y lacayos, y para él personas con éxito y otras sin él. Quizá, algún día, sea yo el que cambie de opinión, pero si me convencen antes de que la injusticia se debe a un error de apreciación más profundo por parte de los amos.


     Sin embargo es de agradecer que sea tan liberal que se permita adherirse a cierto enciclopedismo ilustrado y decadente antes que al fundamentalismo cuya función principal es apretar las filas. Me gusta su desmarque, aunque sea en el tono ligero de un desparrame controlado. Y me da la impresión, de que a estas alturas ya no se va a pringar en creer férreamente en un estrecho credo político, y eso es algo que otros no le han perdonado. Aunque Rajoy insista en que el escritor defiende, como ellos, ideas y valores (¿?), para ser de derechas, ideas las justas, que pueden resultar un estorbo, y valores con los de bolsa hay de sobra. Basta con dar la mano mientras se saluda ligeramente con la cabeza, en una procesión, o en la ceremonia de entrega de premios. Y eso es lo que le está pasando a Vargas Llosa. Pasar de la justicia social a la justicia poética crea muchos enemigos. Probablemente merecidos.

     Lo que no se merece son sus nuevos amigos. No soporto al dúo sacapuntas de la política, Aznar-Rajoy, apuntándose el tanto del premio, precisamente cuando Vargas Llosa apuesta por la independencia de un estado laico y por la libertad de las costumbres sexuales. Ya se desmarcó de ellos en las últimas elecciones en España, aunque todavía repita sus letanías contra Cuba y Venezuela (de obligado cumplimiento en Princetown desde que estuvo allí Aznar), pasando sobre ascuas sobre el asunto de Honduras o de Colombia. Seguramente no hay que analizar mucho más la relación Mario/Mariano. No da mucho más de sí.

Mi Ego

     Lo único que considero que posee una dimensiones enciclopédicas en mi haber, es mi ignorancia. Mi mente siempre me ha parecido una nave no tripulada que va a la deriva y creo que últimamente además está entrando en pérdida. Soy un metepatas compulsivo. Desvelo los regalos antes de tiempo, regaño a mis hijos con el nombre cambiado, y así todo....No tengo otra actividad cotidiana que equivocarme a cada paso que doy. Estoy de acuerdo con el Zen que asegura que se acierta más cuanto menos se lo plantea uno. Y debe ser verdad, porque, si en algo atino es por casualidad. Dicen también que hay que atreverse a equivocarse. Yo ni siguiera tengo que atreverme. En mi caso una buena reencarnación sería una rectificación. En mi lápida y bajo mi nombre, por favor, inscribid una Fe de Erratas.

     Es verdad, puede que personalmente Vargas Llosa sea un infame, no me guste su color político, últimamente se haya pasado a la literatura de darse pisto, pero que alguien haya acertado tan plenamente en alguna cosa, alguna vez en su vida, me llena de asombro.

     No seré yo el que le niegue el premio. Mirado de cerca, también soy un infame, se me transparentan las gomas del tanga de la envidia y además no escribí Pantaleón. Y si a él le gusta su personaje, bien pensado, los hay peores.

     Creéis que estoy pasando sobre ascuas acerca de la  ardua cuestión de si se puede ser un gran escritor y al tiempo, un hombre mediocre. Pues claro, de hecho considero que es una condición indispensable. La mayoría de los escritores son unos fantoches, pagados de sí mismos, con demasiados problemas sin resolver que además no le interesan a nadie, introvertidos, antipáticos e irresolutos, y que es por eso por lo que se ponen teclas a la obra. Son unos pelmazos tímidos, en grado de tentativa. Sólo los más perseverantes en sus alucinaciones se tropiezan, a veces, con algún hallazgo interesante, como el que encuentra un billete de 50 pavos en la chaqueta del año pasado. Y eso nunca jamás me ha pasado. Ninguna de ambas cosas.

     El que persevera en su propia demencia probablemente se encuentre, a la vuelta de 50 años, no con una pensión (de eso ya nos vamos olvidando), pero sí con la dorada esquela del Nobel de Literatura que es como el Polo Norte: te mata dulcemente al tiempo que te dibuja una sonrisa imperecedera en el rostro.



PD. Ahora que todo el mundo va a ir con un libro de Vargas Llosa bajo el brazo, me estoy leyendo ya el próximo Premio Nobel en español, Juan Marsé, para cuando toque hacerle su máscara de Aquiles, allá por el 2030.

domingo, 3 de octubre de 2010

La anomalía Perelman




"Me llamó payaso y exagerado. Entonces tuve que advertirle que las fuerzas vivas del país eran tan grotescas, tan pródigas en figurones, pendonistas y esperpentos, que cualquier payasada mía se quedaba corta, pálida y ñoña"

Juan Marsé. La oscura historia de la Prima Montse.
(No me llaméis marsista)


Al leer el reportaje de Rodrigo Fernández en El País de hoy, y ver la foto de Perelman (mi nuevo súper antihéroe, Perel-Man, ahora entenderéis por qué) me vinieron a la memoria los iconos venerables de egregios barbudos habitantes del panteón de ilustres literatos rusos tipo Tolstoy, Dostoyevsky, Turgenev o Solzhenitsyn. Pero a diferencia de éstos contrastaba llamativamente su absoluta carencia de majestad decimonónica.

 Más bien apuntaba al talante de medio vagabundo medio bondadoso cínico. Del genio que vive en un apartamento (apartado) de un suburbio de mierda de una ciudad de mierda, en un país de mierda, que pertenece a un continente de mierda en un mundo de mierda, como el que vive dentro del tonel de Diógenes o embutido en la cueva de Platón. Es posible que alguien piense que padece un proceso mental de infantilización o imbecilización, que no le permite salir del vientre de su madre (pues vive con ella). Pero salió, resolvió la conjetura de Pioncaré, y luego se volvió con ella, que no es lo mismo.

Lo que destaca es el contraste entre la altura de sus consecuciones y la total falta de cualquier leve indicio o vestigio de solemnidad en su actitud, su porte o sus comportamientos. Ni siquiera su indigencia ha sido exacerbada o mediática, y sigue siendo amable con los vecinos, contraviniendo la ley que exige que todo genio asqueado del mundo ha de ser malhumorado, al estilo Salinger, Schopenhauer o Nietzsche. Recomiendo aquí la lectura, singularmente provechosa para ampliar campo focal, de Crates, cínico, de Marcel Schwob)

Juan Carlos Onetti

Algo así como lo que le ocurría a Juan Carlos Onetti (otro más allá de los agasajos, del bien y del mal), que afirmaba sorprendido, cuando vino a España huyendo de la dictadura uruguaya, que los escritores de aquí le parecían gobernadores civiles.

Camilo José Cela Trulock

Lo asombroso es que a Perelman se le tache de genio demente, egocéntrico o misántropo.

Su rechazo de los premios provoca reacciones de incomprensión generalizada, y parece que, en algunos casos, este rechazo es vivido como provocación u ofensa. ¿Tan pagadas de sí mismas están élites intelectuales del mundo que viven como un insulto el hecho de que alguien les retrate con su indiferencia?¿Hay tanto agravio en que alguien, que no es rico, rechace un millón de dólares? ¿Nadie ha tenido nunca la más leve sospecha de que los premios puedan ser la manzana envenenada con la que nos hace comulgar la incontestable religión del éxito? ¿Nadie se pregunta si los premios y prebendas no serán sino mordazas de oro, proposiciones indecentes?¿Debería aceptar uno, dos o tres premios, de manos de quienes, tanto académicamente como mediáticamente, han urdido maniobras y artimañas para desposeerle del reconocimientos de sus logros, que nadie duda ahora que sean incontestables?

Alguien, que, aparte de que sea un genio de las matemáticas o no, viva indiferente al culto a la imagen, a la pose, a la relevancia, al impacto mediático; alguien que siempre firmó sus trabajos como Grisha ( el hispánico Goyo, apelativo familiar y cariñoso de Grigori) y no es un detalle irrelevante pues indica que prefiere que le quieran a que le admiren, es alguien en quien merece la pena que nos detengamos un momento a pensar, y en quien merece la pena que nos pongamos en su pellejo.

Puede que entienda que los premios para él consistan antes en lo que se es, se hace o se consigue superar, más que en lo que se tiene o de lo que se puede presumir.

Su misantropía ¿pueda acaso consistir en algo que antes se llamaba dignidad? ¿Hay erigida alguna Estatua de la Dignidad?
¿Tan poco acostumbrados estamos a que alguien se comporte tan simple y dignamente que no somos capaces de reconocerlo? Su falta de habilidades sociales ¿le convierte en un inadaptado?¿Por qué se quiere subrayar su natural taciturno para hacerle aparecer como un Shrek en un mal momento y no nos cuadra que siga siendo afable con sus convecinos y que reciba amigablemente a los periodistas?

¿Es tan peligroso que alguien haga Huelga General de adhesión inquebrantable con los valores del libre mercado?
¿Ha surgido una anomalía en el continuo espacio-tiempo capitalista, un meteorito alienígena, al que hay que aplicar la aniquilación inexorable a cargo de los anticuerpos?
¿Moverse ajeno a las leyes de la ambición y del mercado es una irreverencia, una blasfemia que tendrá que pagar con su imagen? 
¿Es necesario iniciar una campaña mediática universal para denigrarlo, y tacharlo de poco menos que de boxeador sonado de las matemáticas, muñeco roto de la programación mental soviética, destino trágico de una mente brillante, quijote al que se le secó el cerebro con sus teoremas, y seria advertencia acerca de los peligros que tiene pensar demasiado, exageradamente ¿?, si no es para subrayar las cuatro tonterías que ya sabemos, que dos y dos son cuatro?(a veces pueden ser veintidós).

¿Un piquete ético de la ciencia es un peligroso ejemplo y hay que darle cera como a los sindicalistas en España o izquierdistas peligrosos, que hasta Toxo se va de vacaciones y se echa colonia de marca, y Umberto Eco come con palillos, para escándalo de la feligresía?


¿Es posible imaginar que una persona acostumbrada a pensar por sí misma, haya descubierto  y generado sus propios fines y ambiciones personales, y que éstos no coincidan con las mamarrachadas de Paris Hilton o Belén Esteban que entre todos les reímos?¿Es posible decidir qué queremos?¿Es tóxico o radiactivo?

Me da en la nariz que este hombre, con total simplicidad, se ha retirado voluntariamente a un lugar donde le dejemos, de una puñetera vez, en paz. ¿Es tan difícil de comprender?

Yo, que no sé resolver un sudoku sin tirarme de los pelos, desde mi total ignorancia de las matemáticas, sólo quiero dejar constancia de mi adhesión a su persona y la admiración por su postura. El respeto que me merece no me permite ni siquiera mostrarle como bandera de nada, pero me revuelve el estómago que quieran presentarle como una mera caricatura de ser humano. Espero que os baste su silencio.

Gracias Perelman.

PD Vaya mierda de post. ¿Es un post o un test? Poned una equis en el lugar correcto.