Cuentos para niños cuando dejan de serlo
Cuando era joven (más joven) leía siguiendo un orden, una retícula cronológica y geográfica, haciéndome una cultureta, como el que atesora unos ahorrillos de prestigio, pero descubriendo, de paso, lo refrescante que puede llegar a resultar un Aristófanes, un Molière, Cervantes, Defoe, Twain, Brecht, ... ("Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser...") y también lo apestoso de lecturas de moda como Lezama Lima, Benet, o Sábato de bajón. Pero era tan buen chico, tan previsible, que me los leía de un trago, con prefacio y notas a pie de página hasta los posos !Valiente gilipollez!
Los libros hay que empezarlos todos, pero si, como pasa a menudo, a medio camino, se ponen pelmazos, y quieren seguir dándole vueltas a por qué les dejó la novia o se les hace de noche mientras describen un amanecer, pues nada, la vida es muy corta y algunos libros demasiado largos. Dejas el contestador y que languidezcan en el limbo de las peticiones de amistad de tu Facebook.
Para eso el cura y el barbero de El Quijote tenían una hoguera, y Umbral una piscina. Pero eran unos antiguos. Ahora los metes en el Spam a patalear y, mientras, como que miras para otra parte.
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Dostoievski |
Rondaría uno los 20 años cuando alguien me pasó por primera vez una recopilación de cuentos de Chéjov, y como Dostoievski me gustaba porque era intenso y torturado y también era ruso, pensé que éste sería, más-menos, primo hermano suyo, pero resultó que me encontré, de bruces a boca, con un señor, con mucho prestigio erudito detrás, sí, pero cuyas historias se sucedían sin pena ni gloria en una anodina tibieza, en una cadena de anticlímax que mis ardientes hormonas no podían sufrir por más tiempo. No hay que añadir que me bebí hasta el último sorbo de este aguachirle rancio con la etiqueta bien visible de aceite de hígado de bacalao.
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Dulces mentiras |
Hay un niño sentado en el suelo, ensimismado y absorto con sus piezas de construcción de todos los colores desparramadas por el suelo. Está montando un castillo, un avión, un barco pirata. Aplica su previsión y su paciencia para recrear sus sueños. Todas las piezas encajan milimetricamente unas con otras, quedan firmes y ancladas, se levantan muros y se engranan mecanismos. De pronto todo cobra forma. Ha acabado. Ya está montado. Surge el milagro. Todo encaja.
Pero te has hecho mayor, y bien mirado, nada funciona en realidad. O nada resultó como preveías. O hay la vida te regala cierta felicidad, pero no la que esperabas.
Chéjov simplemente cuenta historias. Cero doctrina. Cero convencimientos. Cero certezas. Sin heroísmo, sin épica, sin trascendencia, sin estridencias, sin senderos previsibles, sin supuestos implícitos que hagan valer su fuerza sobre las narración o los personajes. Supone un salto en la conciencia hacia la madurez vital, y la requiere de sus lectores. Va barriendo todas las grandes palabras para echarlas en el cubo de la basura.
Cualquiera de sus personajes parte con un bagaje filosófico, moral, emocional, con ciertas perspectivas vitales, objetivos, previsiones, propósitos. Todo eso se va diluyendo ("como lágrimas en la lluvia") hasta quedar en nada, o en otros desenlaces imprevistos, o abiertos, sin épica. Chéjov es experiencia en estado quimicamente puro, si algo así existe.

¿De qué va este relato? ¿De qué materia está cuajada la vida de sus personajes? Al final Chéjov suelta el último capotazo, la narración simplemente termina y uno se queda preguntándose ¿de qué va la vida? ¿Alguien lo sabe?
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