lunes, 18 de julio de 2011

¿Por qué leer a Chéjov cuando nadie te apunta con un arma? 2

Cuentos para niños cuando dejan de serlo
     
        Cuando era joven (más joven) leía siguiendo un orden, una retícula cronológica y geográfica, haciéndome una cultureta, como el que atesora unos ahorrillos de prestigio, pero descubriendo, de paso, lo refrescante que puede llegar a resultar un Aristófanes, un Molière, Cervantes, Defoe, Twain, Brecht, ... ("Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser...") y también lo apestoso de lecturas de moda como Lezama Lima, Benet, o Sábato de bajón. Pero era tan buen chico, tan previsible, que me los leía de un trago, con prefacio y notas a pie de página hasta los posos !Valiente gilipollez!


           Los libros hay que empezarlos todos, pero si, como pasa a menudo, a medio camino, se ponen pelmazos, y quieren seguir dándole vueltas a por qué les dejó la novia o se les hace de noche mientras describen un amanecer,  pues nada, la vida es muy corta y algunos libros demasiado largos. Dejas el contestador y que languidezcan en el limbo de las peticiones de amistad de tu Facebook.


          Para eso el cura y el barbero de El Quijote tenían una hoguera, y Umbral una piscina. Pero eran unos antiguos. Ahora los metes en el Spam a patalear y, mientras, como que miras para otra parte.
Dostoievski



          Rondaría uno los 20 años cuando alguien me pasó por primera vez una recopilación de cuentos de Chéjov, y como Dostoievski me gustaba porque era intenso y torturado y también era ruso, pensé que éste sería, más-menos, primo hermano suyo, pero resultó que me encontré, de bruces a boca, con un señor, con mucho prestigio erudito detrás, sí, pero cuyas historias se sucedían sin pena ni gloria en una anodina tibieza, en una cadena de anticlímax que mis ardientes hormonas no podían sufrir por más tiempo. No hay que añadir que me bebí hasta el último sorbo de este aguachirle rancio con la etiqueta bien visible de aceite de hígado de bacalao.


Dulces mentiras
          ¿Y por qué ahora me impresiona tanto? Precisamente por lo mismo. Chéjov no ha cambiado pero yo sí. Mi juventud fue apologética, doctrinaria, incendiaria, necesitaba tener muy claro las ideas sobre el mundo, aferrarme a cualquier certidumbre o convencimiento. Un intento de confusa fuga de la confusión misma. Es decir, fue estúpida y necesaria. A ratos fue brillante, pero, por lo común, con cierto brillo malsano. Vamos, como casi todas.


          Hay un niño sentado en el suelo, ensimismado y absorto con sus piezas de construcción de todos los colores desparramadas por el suelo. Está montando un castillo, un avión, un barco pirata. Aplica su previsión y su paciencia para recrear sus sueños. Todas las piezas encajan milimetricamente unas con otras, quedan firmes y ancladas, se levantan muros y se engranan mecanismos. De pronto todo cobra forma. Ha acabado. Ya está montado. Surge el milagro. Todo encaja.


          Pero te has hecho mayor, y bien mirado, nada funciona en realidad. O nada resultó como preveías. O hay la vida te regala cierta felicidad, pero no la que esperabas.


          Chéjov simplemente cuenta historias. Cero doctrina. Cero convencimientos. Cero certezas. Sin heroísmo, sin épica, sin trascendencia, sin estridencias, sin senderos previsibles, sin supuestos implícitos que hagan valer su fuerza sobre las narración o los personajes. Supone un salto en la conciencia hacia la madurez vital, y la requiere de sus lectores. Va barriendo todas las grandes palabras para echarlas en el cubo de la basura.


          Cualquiera de sus personajes parte con un bagaje filosófico, moral, emocional, con ciertas perspectivas vitales, objetivos, previsiones, propósitos. Todo eso se va diluyendo ("como lágrimas en la lluvia") hasta quedar en nada, o en otros desenlaces imprevistos, o abiertos, sin épica. Chéjov es experiencia en estado quimicamente puro, si algo así existe.


          Las preocupaciones que recorren subterráneamente la acción, también van transmutando hasta dejarlas en manos del lector. Por ejemplo (aunque ocurre en todas) en "Relato de un desconocido", un personaje narrador entra al servicio de un alto funcionario para averiguar secretos que desacrediten y destruyan al padre de éste, su enemigo político. Parece que se plantea una intriga política que podría poner sobre el tapete ciertas preocupaciones sociales o enfrentamientos políticos. Nada de eso, la acción parece centrarse en la visión crítica que tiene de su amo, cínico sin virtudes, y de las relaciones entre servicio y señores. Tampoco va por ahí, pronto aparece una mujer que deja a su marido por su patrón. ¿Sigue acaso la línea del adulterio, el amor, la libertad sobre la conveniencia social? Nada de eso. El falso criado se encandila de la dama despechada por su nuevo "marido", que la desprecia y la evita. ¿Se habla acaso del desamor o el desgarro? Sí, pero no dura demasiado, porque en su escapada, el curso de la historia parece centrarse en la situación misma de la mujer, dependiente de los hombres, luego en el suicidio, en la responsabilidad de los hijos.... Y todo sin responder de verdad a ninguna pregunta.


          ¿De qué va este relato? ¿De qué materia está cuajada la vida de sus personajes? Al final Chéjov suelta el último capotazo, la narración simplemente termina y uno se queda preguntándose ¿de qué va la vida? ¿Alguien lo sabe?

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