miércoles, 20 de julio de 2011

¿Por qué leer a Chéjov cuando nadie te apunta con un arma? y 4

Contrapunto final

¡Oh no!
          Y en éstas, D. Jose María Aznar, ese cadáver político con tal vocación de enano de jardín que amanece en uno cada mañana, y al que hay que rescatarle del laberinto de setos, adonde no sabe muy bien cómo ha llegado, conduciéndole dulcemente de la mano (el último de los cuales es el jardín del Sr. Murdoch, del que tratan de sacarle sus abogados) va y se arranca en TELVA, nueva revista de referencia política, con un: "Me gusta ser previsible y no me gustan los ocurrentes. Son gente peligrosa, tanto en la vida como en la política". Y describe el rumbo de la política española como "confuso y equivocado", que para él resultan manifiestamente sinónimos (¿?), para rematar la faena con un "ser de izquierdas es una pérdida de tiempo", concibiendo sin pretenderlo el cóctel mental TELVA: Unas gotitas de bravata, un pelazo, un buen sastre, y todo bien meneado en el batiburrillo de tópicos y trivialidades que él llama sentido común.


          Mejor no preguntarle, por ejemplo, acerca de su postura hacia la tumultuosa historia de la filosofía, habiendo gente tan castiza como él, que corta por lo sano y tira por la calle de enmedio, y que funciona como una desbrozadora del pensamiento. Tal grado de suficiencia y menosprecio sólo es posible en alguien que se haya tragado su propio Charlot sin darse cuenta y al que se le salta el mecanismo de cuando en cuando.



















          A través de estas palabras uno sólo es capaz de vislumbrar la tortura que tiene que suponer para este hombre abandonar su, tan querida, eternidad para patear este polvoriento mundo, este mar de confusión y errores, tan lleno de tiempos muertos y perdidos, tan lleno de peligros sin cuento, incluso, tan lleno de gente, que es la vida. Lo duro que le debe resultar continuar en su pellejo, siendo miembro, como es, del ilustre panteón de honoris causa y de líderes carismáticos, con una férrea fe, compuesta de cuatro ideas, pero, eso sí, muy claritas. Si bien para el resto, semejante escasez, no parece otra cosa que falta de imaginación (empatía, complejidad, humanidad, sutileza... llámelo equis).


          Esas cuatro verdades, que para que lo sean, requieren además de un Himalaya de mentiras previas, como lo fueron las que nos metieron en la guerra de Irak o las que intentaron pergreñar para que los culpables del 11 M fueran quienes a ellos les interesaban. O cuya claridad resplandece en los rótulos de los ataúdes de los fallecidos en el YAK 42, mientras en su interior los restos fueron distribuidos al buen tuntún, al parecer porque realizar pruebas de ADN para que los familiares recuperen el cuerpo de los soldados fallecidos, junto con el respeto debido a su duelo, son una pérdida de tiempo, como ser de izquierdas, como reír, amar, dudar, dormir a pierna suelta, o acariciar tu pelo.
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          Es conocido que Hemingway afirmaba que para escribir bien, sólo había que hacerlo con honestidad, pero que era lo más difícil ("The hardest thing to do is to write straight honest prose on human beings"). Si Hemingway de alguien es heredero es de Chéjov, como toda la buena literatura hasta hoy. Nada ha sido escrito igual desde entonces y nada podrá ser escrito sin tenerlo en cuenta. Siempre me había preguntado por qué me gustaba tal o cual autor, ahora lo sé: me gusta lo que tienen de Chéjov. Y no me gusta lo que tienen de impostor.




          Cuando uno comienza un relato suyo, paradójicamente NO HAY NADA ESCRITO. Lo que subrayan sus historias es justamente la absoluta ausencia de absoluto. Pero lo que los hace grandiosos es que todo es entrañable, estamos atados afectivamente a sus personajes, a sus ilusiones, a sus esfuerzos, a sus golpes, y, al mismo tiempo que empatizamos con seres tan miserables como nosotros mismos, no podemos hacer nada por salvarlos. Justamente como a nosotros mismos. Una vez enterrado el mito de la redención. Chéjov escribe para los seres a los que, la vida no les destruye pero tampoco les redime, para los seres que nunca nos ha tocado la lotería más allá del reintegro o una triste pedrea, aunque estemos condenados a levantarnos cada día, y cada día tiramos los dados, cogemos un boleto al que nos aferramos un poco tontamente, sin que nada cambie, ni lleguemos a comprender del todo cómo ni por qué.


      
          Y, hala, aquí lo dejo porque, si Chéjov levantara la cabeza, vendría a darme un coscorrón por ponerme tan sublime, tan grandilocuente, tan poco chejoviano. Con un poco de suerte, es posible que escribiera un cuento sobre alguien, digno de lástima en el fondo, que se sentía entusiasmado, sublime y sentencioso cuando leía sus relatos.

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