domingo, 17 de julio de 2011

¿Por qué leer a Chéjov cuando nadie te apunta con un arma? 1

"...y el marido la creía y no la creía"
La dama del Perrito .  Chéjov

Prólogo de un prólogo


          Sí, yo también he sido siempre de los que piensan que leer un folleto de instrucciones antes de proceder al montaje de un tresillo, o leer los tres volúmenes que explican el sencillo funcionamiento de tu calculadora de 7 centímetros o, mejor, los anales de Roma en pergamino que cuelgan desproporcionadamente e ilustran las propiedades y el correcto uso del tanga, resultan sumamente humillantes para nuestra ibérica e intuitiva forma de ser y socava los principios de una patria, que es todo corazón y nada de lo demás.


          Antes prefiero cultivar una escoliosis arrellanado en un sofá expresionista, una calculadora respondona que siempre puedo estrellar contra la pared, o acudir al urólogo con el tanga limpio, pero del revés, con el hilo atravesándome limpiamente por mitad del escroto. Para listillo, un servidor.


          Espero que consideréis esta entrada como el Movierecord del autor, una invitación a la lectura de Chéjov, más que como un prólogo fastidioso, añadido al de tener que pagar por el libro, un arma químico-bacteriológica, o un delito de amenazas tipificado en el código penal.


          El que haya picado y haya cometido este error de apreciación puede continuar leyendo.


          Uno de los míos, un error de enfoque, de los más comunes como bloguero principiante, consiste en considerar que a mis lectores les pueden resultar más interesantes los galimatías de mi pensamiento, que lo que de verdad le ocurre a mi vida. Los borradores pálidos, fragmentarios, esquemáticos y reductores del mundo, los palimsestos ilegibles de mis ideas, esas lucubraciones obcecadas, manchadas con el pecado original del prejuicio y sembradas de simplificaciones, a las que consagro mis noches.


          Y esto es un descubrimiento muy de Chéjov.


          Me parezco un poco a ese amigo que no te deja en paz hasta que no subes a su casa, ver su colección de maquetas cubiertas de polvo, que se ha pasado media vida armando con paciencia obsesiva de miniaturista, encerrado en una buhardilla. A ver cómo le miras directamente a esos ojos, un poco irritados por el pegamento y el insomnio, y le dices que para pasar la tarde tontamente estaría mejor el Museo de la Marina que tiene aire acondicionado, conserje y selecto ambigú.


          En general, todos tus pacientes y fieles amigos están esperando a que tropieces y sueltes algún improperio, un pedo o que ocurra algo fuera de tono que anime un poco la lección magistral.


           Se siente. No voy a rectificar a estas alturas porque, ni soy sabio ni creo en la rectitud. Más bien me parece que cuando las cosas se tuercen, hay que dejar que se tuerzan del todo. Que es cuando se ponen más interesantes.


          Chéjov es una de esas cosas. No pienso nada sobre Chéjov. Chéjov me ha ocurrido, me ha pasado por encima. Uno va intentado encontrar un estilo, un criterio, un timón, zonas de estabilidad mental, emocional, material, ¡yo qué sé!, y de repente Chéjov.


                                ¿Por qué leer a un tío con pinta de apolillado, ruso (y por tanto sospechoso de aburrimiento en primer grado), mas bien muerto, y que no sería trending topic ni bajándose los calzones de cuello vuelto?


          Intentaré ser breve (rumores, algunas risas)

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