domingo, 26 de junio de 2011

Un problema de matemáticas II. El rotulador rojo.

          Sí, sí, ya sé, soy plenamente consciente de que las segundas partes nunca fueron buenas, pero mi primera vez fue una auténtica pesadilla. No entrecomilléis esto último, por favor. Me refería al Problema de matemáticas I.


          Y no, no temáis que no voy a hacer realidad eso de que no hay dos sin tres, ese viejo aforismo tan republicano. No habrá terceras partes, trilogías ni fascículos sin fin, y cuando acabe de enredarme en el florilegio de grandes hitos del refranero castellano-manchego, es posible que empiece a contaros, de una vez, que, al hilo de la última entrada en el blog me asomaron ciertas reflexiones.


          Como primera intención quise contestar a Kike su amable comentario, que me hizo reír con ganas, pero la respuesta era demasiado larga (aquí una notas musicales terroríficas mientras el acongojado lector baja la barra lateral).


          Efectivamente diste en el clavo. Pasé media mañana del domingo mascando una solución más simple y más lógica para un problema de matemáticas a la altura de un niño de 10 años, y de repente tomé conciencia de que la solución era evidente: el problema estaba planteado de forma artera. El matemático no sabe matemáticas, no ama las matemáticas, no se apasiona con los cálculos, no está en vilo por desentrañar el misterio matemático. Porque la cuestión no se centraba tanto en si había un desliz involuntario en el planteamiento, o un error, bueno, admisible (¿Ese libro tiene corrector editorial? ¿O alguien vela por los contenidos?), sino que, ese problema se manda de tarea sin mirar, ni revisar, y a la postre, ni una vez corregido, salta la liebre. Y, ni siquiera porque se oculte el error o se trate de disimular, sino porque nadie, en todo el organigrama de responsables políticos, editoriales y docentes ha advertido nada. !Ha pasado completamente desapercibido! !Incluso una vez corregido en clase por el profesor!


          Me puse a escribir como loco (cada uno como lo que es), así, en caliente, porque no podía hacer otra cosa.


          Y ahí estaba mi hijo, sufriendo en su carne, en sus neuronas, el principio por el que se rige la cultura, la ciencia y la educación en España: cuanto más ignorantes seamos, cuanto menos sepamos, menos curiosidad tengamos, menos interés mostremos, también menos voz, menos opinión, menos reserva de dignidad nos quedará y más fácil por tanto, será manipularnos, dominarnos, someternos.


          Esto funciona como un cortijo epistemológico, donde los que ostentan los diplomas y los nombramientos, juran el cargo y, al mismo tiempo, toman posesión de los conocimientos y los inscriben a su nombre en le registro, y ejercen como caciques numerarios con plenos poderes sobre su ámbito de conocimiento, como cuenta extraordinariamente Antonio Orejudo en su gran novela (recomendación al canto) "Un momento de descanso".


          Y junto a los bienes inmateriales, reciben el cetro visible de su poder: El rotulador rojo. Son poseedores absolutos del totem, del monolito, y lo distribuyen entre sus esbirros para ejercer su dominio. La labor del rotulador consiste fundamentalmente en subrayar, publicar y difundir lo incapaces que son los alumnos de contestar adecuadamente las lecciones, humillar su capacidad de raciocinio y arrancar de cuajo la posibilidad de que alguno disfrute con lo que hace o disfrute haciendo las cosas bien, y, en segundo lugar, en aplastar toda disidencia y dejar bien claro quiénes están a un lado de "El rotulador rojo" y quiénes al otro.


          Sí, hay un montón de idiotas en España que piensan que son ellos los que pintan las líneas de las calles, sostienen las órbitas de los planetas y dibujan la delgada línea roja, ignorando por completo que todos estamos a este lado de la verdad y todos tenemos el deber de asomarnos a ella, con cierta humildad, en vez de imponernos a ella y pisotearla, verdadero leitmotiv de este blog.


          ¿Por qué un españolito medio es incapaz de aprender otro idioma que no sea el suyo? ¿Somos más tontos?¿Somos de otra especie? Se puede elucubrar mucho acerca de esta cuestión y expertos hay en ello, pero está claro que, por experiencia lo digo, nuestros profesores no sabían Inglés, o Francés con la suficiente competencia o amor como para enseñarlo.


          Esto a su vez hundía sus raíces una autarquía cultural (!como España no hay nada en el mundo!, con sus variantes "Como en España no se está en ningún sitio" o "no se come en ningún sitio" o "con la de cosas que hay en España, ¡¿para qué salir?!), y en un aislamiento atávico, en una impermeabilidad a lo exterior (aquí se doblan las películas y las series para que los teleespectadores no se contaminen con patógenos externos) que empezó con la escasa repercusión y penetración que tuvo el Renacimiento, el Erasmismo o el Protestantismo, que invitaban a pensar por uno mismo y disfrutar de la vida, y el portazo a aires nuevos que supuso La Contrarreforma y la Inquisición, y no digo ya el recelo y la cerrazón, hoy vista como heroica, ante los avances científicos o políticos que supusieron La Enciclopedia y la Revolución Francesa como punto de inflexión después del cual el mundo cambió de era.


          ¿Todo el mundo? ¡No! Una pequeña aldea poblada por irreductibles...


          Pues aquí estamos los españolitos, después de una guerra fratricida y criminal seguida de una dictadura represiva y sangrienta de cuarenta años donde se condensó, a modo de tormenta, lo mejor de nuestro tradicional desprecio hacia el pensamiento, la libertad o la verdad, y desde donde se forjó una transición a medida, de alta costura, para la presentación en sociedad (de naciones, se entiende) las bases de este atávico atapuerca cultural desde el que nos asomamos al mundo. Porque España es un anacronismo.


          Aquí, un científico es un listillo, un tipo que puede quitarte la razón con argumentos, con datos, una variante de inútil peligroso a cargo del presupuesto; aquí la Física y Química son una kermés hormonal adolescente (!qué fuerte, tia!), el álgebra un galimatías impenetrable con la misma dificultad e importancia que el sudoku maldito del dominical; aquí tenemos el Club con récord absoluto de poetas muertos, exiliados y expatriados. Pensar es antiespañol, pensar es la antimateria de los huevos, de "estos son mis huevos". La patria, una cuestión de casquería, criadillas vs. sesitos.


         Aquí somos campeones de fúrbol, de consumo de cocaína, de economía sumergida, dinero negro, de paro, de manipulación informativa, de corrupción política, de fracaso escolar, y, por lo mismo, campeones de tragaderas, de comulgar con ruedas de molino, como la mezquina y avarienta tesis de la CEOE de que el éxito escolar, contra todos los estudios científicos al respecto, tiene que ver más con la genética que con el origen socioeconómico del alumno, para así dejar claro que invertir en educación es tirar el dinero (su dinero), o de que es necesario crear un bachillerato de excelencia (bien, en principio) ¡restando recursos al resto!, es decir, dando por perdidos, dejando a su suerte a la inmensa mayoría.


          Porque no sólo es que no hablemos idiomas, es que no hay premios Nobel de física, ni de economía, ni de matemáticas ni de nada. No hay, ni se los espera. No hay, porque no hay grandes ni pequeños físicos o matemáticos, y porque ni en la sociedad, ni en la escuela, ni en las casas y mucho menos en la política existe la más mínima preocupación porque los haya. Porque no existe por parte de los profesores (ni de la administración) la más mínima pasión por la verdad, amor por la ciencia, sensibilidad por el pensamiento, no hay agallas para disentir ni para reconocer un error (¡horror!). Porque la mayor parte de la función de un profesor consiste en tachar con el rotulador rojo, poner notas, negativos, partes, catear, poner orden, y tratar de que los niños estén quietos, callados y trabajando, porque es la pose, la posición, la postura en que se van a pasar el resto de su vida. Y la Comunidad de Madrid otorga el carácter de autoridad pública (como a los policías y médicos), reforzando así el carácter primordialmente punitivo de la enseñanza.


          Es necesario aplastar la duda, allí donde se presente, porque no podemos soportar la incertidumbre, la misma que está en la base de todo conocimiento, de todo avance verdadero.


          La Escuela en España no deja de funcionar como un Reformatorio de la infancia y la adolescencia, esa edad que adolece de tantas cosas y que hay que echar a perder como sea.Y lo que más me asusta es el aplauso social que concita esa actitud que no lleva a ninguna parte. 


          Por el mundo hay gente que piensa en otro modo de encarar la pedagogía, más allá de la Ilustración y la revolución industrial. Mientras, por estos lares todavía estamos más acá. Aquí os dejo un magnífico vídeo sobre  educación y pensamiento divergente.






          Solo me queda pedirles disculpas por haberme alargado tanto en el intermedio y haber interrumpido el comienzo del segundo tiempo. Sigan con el fúrbol, por favor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario