jueves, 15 de octubre de 2009

Sufro, luego existo. 4- Fary's eyes glasses

¿Que le falta al Fary? Sus gafas de cerca, por supuesto.

Por eso, para iluminar esa Verdad Suprema, en el Vaticano y sucursales poseen unas gafas de ultravisión de marca exclusiva, las Fary's eyes glasses & sunglasses (esta va por ti Fary), unas gafas divinas de la muerte. Una gafas que son como el Faro de Dios, que proyectan unos escrutadores rayos de luz farisaica, que penetran en los tejidos morales de la sociedad y en los del alma humana, ejerciendo de escáner, de ecografía del mal. Cada audiencia episcopal o papal acaba así convirtiéndose en una denuncia, una radiografía social del mal. Los cristales están engarzados en una montura, de diseño exclusivo, realizada en el resitente material “viga en el ojo propio”, y tienen un alcance infinito e omnipotente de visión de la paja, por pequeña que ésta sea, en el ajeno. Por definición no dispone de visión reflexiva (acaban de pedir perdón, con trescientos y pico años de retraso por el asunto caducado de Galileo cuando a nadie le importaba ya, ni siquiera a Galileo, que todavía se carcajea orbitando alrededor del sol).
Con estas gafas-faro puestas es como se pueden poner en evidencia claramente perversidades que a los demás nos es imposible apreciar a simple vista, como que una chica con ganas de llamar la atención como Madonna (y porque ese es su negocio) sea en realidad un agente infiltrado del infierno, un súcubo sulfuroso, o abundando, que el rock 'n roll en general provenga directamente del averno, o como que Tinki Winki sea un maricón degenerado y relapso, y sobre todo, todo aquel que no comulgue férreamente con su verdad es un resentido, un rencoroso, y sólo es cuestión de aplicarle, algo más efectivo que el potro, que es el perdón de sus seguros pecados por el sagrado poder que le confiere la infinita suficiencia y superioridad moral de la Iglesia. Ya que, aunque les hemos arrebatado su juguete favorito, la Inquisición y su hoguera, les queda su arma más destructiva, la condescendencia.
Estas gafas ofrecen un paisaje iluminado por la siguiente visión: Cualquier persona no cristiana posee alguna tara, defecto, vicio o falta, evidente u oculta y sólo hay que insistir hasta descubrirla; cualquier comportamiento no subordinado a su criterio es fustigado hasta el absurdo más delirante (por ejemplo, la homosexualidad no es que sea un pecado, vicio o enfermedad, a pesar de todas las evidencias, sino que, tiene que serlo, o también, contra toda evidencia, la obcecada oposición al preservativo como medio de evitar el Sida, o los embarazos en cadena que encadenan así a las mujeres de todo el mundo a su maternidad compulsiva, y provocan la explosión demográfica, verdadero atentado del comando terrorista Vaticano); o cómo han negado la evidencia, una vez tras otra, a lo largo de la historia cuando ésta parecía contradecir tangencialmente su visión del mundo (Galileo, Newton, Darwin, Freud...) fustigando a sus supuestos enemigos. Galileo era un arrogante, Darwin era un chimpancé, Freud un obseso sexual etc.
Esta visión es, pues, una visión fuertemente autoritaria de forma que aprecia que la autonomía de los hombres y de la naturaleza, no sólo no es deseable, sino que es un acto de soberbia contra Dios, pecado central, único y fuente del resto. Los seres humanos sólo ejerciendo la odiosa soberbia pueden gobernarse por sí solos, con y por su propio criterio. De hecho, sólo la sombra de que podamos ser dueños de nuestras vidas, y guiarnos por la luz de nuestro propio criterio, resulta en sí misma abominable, un acto diabólico. La soberanía popular de la que dimanan todos los poderes públicos y políticos debe estar supeditada o vigilante de la soberanía divina, última fuente de legitimidad. El hombre no puede dotarse por sí mismo de leyes, necesita la tutela divina, de ahí las monarquías, esos aúlicos representantes divinos, que firman, con desgana y reticencia las leyes de los parlamentos. No hay más que recordar a Balduíno haciendo un regate, un Guadiana de abdicación, para evitar firmar una ley del aborto en Bélgica.
Su forma de adaptase al hostil ambiente democrático es doble, el victimismo ante la discrepancia, a la que llaman persecución, sobre todo la que pone en duda su posición de privilegio en la sociedad, y una amarga condescendencia hacia los comportamientos ajenos, que es calificada por ellos de amorosa admonición desde las cumbres borrascosas de su sabiduría.

1 comentario:

  1. Lo curioso es lo bien que combinan un opresivo autoritarismo en material moral y un total liberalismo en materia económica. Es como si el dinero estuviera exento de culpa.

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